Friday, August 24, 2007

Formas guarras de ver la cosas y formas más guarras de decirlas

La palabra “pornografía” deriva del griego πορνογραφíα, del cual porne significa “prostituta” y grafía, “descripción” o “letra”. Esto viene a significar que alude a la prostitución, su descripción y actividades derivadas. Pese a la etimología griega, la palabra es de aparición reciente y hoy en día se entiende la pornografía como el conjunto de materiales audiovisuales reproductibles que recogen la realización de actos sexuales con la intención de provocar excitación sexual en el receptor.

Los medios de comunicación audiovisual principales de dicho sector son el cine, fotografía y literatura, quedando el auditivo puro y duro relegado a teléfonos de pago. Hay otras fórmulas, como el cómic, pintura y escultura, pero a excepción del primero, tienen poca repercusión a fecha de hoy.

Hay algunos que se atreverían a decir que la pornografía es tan vieja como el mundo y como el oficio de las putas. Yo no me atrevo. Se puede aludir a esculturas prehistóricas, como
la Venus de Willendorf y otras grandes féminas de enormes curvas talladas en piedra, como antecesores de la pornografía. Pero, porque siempre hay un pero, hay una distancia fundamental, y es que su intención no era la de provocar excitación sexual, sino rogar fertilidad a los dioses. Su fin era religioso, ritual, no onanista.

Lo mismo ocurre con los templos hinduistas decorados con parejas fornicando (o haciendo el amor) en múltiples posturas o los grabados de la dinastía Chin, igualmente explícitos. Ni siquiera el Kama Sutra y su conocidísimo Jardín Perfumado son pornográficos: es un manual de instrucciones.

Después llega el cristianismo, que convierte cualquier alusión visual al sexo en tabú. Con el tabú llega la obscenidad y con ella, la perversión. Después, aparece la fotografía. Al poco de empezar Daguerre sus andaduras ya se empezaron a hacer los primeros desnudos. Tengo, en algún lugar, una recopilación de vintage erotica, películas pornográficas mudas de lo que diría son los años ’10 a ’20. En ellas se ven mujeres carnosas, nada que ver con las niñatitas actuales, realizando lo que no dejan de ser cosas comunes a puertas cerradas, pero con una cámara delante. Eso sí es pornografía. Con el cinematógrafo esto avanzó horrores.

Luego llegan los ’70,
la Revolución Sexual, el aumento de producciones eróticas y el restreno de Garganta Profunda, Taboo e incide Jennifer Welles. Luego llegan los 80, los 90, el auge de las mujeres siliconadas y preciosas según los cánones de un fabricante de barbies, siendo folladas en posturas imposibles por maromos de polla enorme. Luego no sé qué viene, pero es aburrido.

Durante los rebotes de represión post-victoriana del s.XX (y algunos momentos presentes en el XXI), los defensores de la liberalización sexual y algunos defensores de la autonomía personal en ella, junto con defensores de “yo escribo lo que me da la gana” (podemos pensar en D.H. Lawrence o Miller) se desacreditaba la diferencia entre erotismo y pornografía, diciendo que es indiscernible. Decían que lo único pornográfico era la mirada.

Este argumento sirve, principalmente, para legitimar gustos propios frente a los ajenos y para justificar sus elecciones literarias. Pese a ello, tienen razón. Existe una mirada pornográfica, una mirada que busca lo sucio, lo obsceno, la fantasía, el orgasmo, que se revuelve y revuelca disfrutándolo tanto como ese primer fotógrafo con esa primera señora de grandes carnes sin ropa. La mirada pornográfica no se sacia, por eso durante 20 años hemos visto mujeres clónicas con pollas clónicas follándoselas al mismo ritmo. Con maquillaje distinto, las modas cambian. Da igual la cantidad de posturas, lugares o historias absurdas de fontaneros, la cuestión es la misma y la combinación de carnes limitada.

Ver a dos follar, reproducirlo, rebobinar, describirlo, hacer un zoom, combinarlo, meter circunstancias absurdas, complementos extraños, lo grotesco, la ausencia de vergüenza, de celulitis, las fronteras del dolor, de la humillación, del placer, del cuerpo… Todo esto por el mero afán de la reproductibilidad despersonaliza el acto en sí bajo la mirada del pornógrafo. Se genitaliza. La mirada pornográfica está fija entre las piernas, es un estilo de perversión, una costumbre desviada, un género producido por una mirada distinta. Es la relación género-mirada lo que la comunicación de nuestra época provoca y la tecnología informática ratifica, creando una comunicación limitada en cuanto a mensajes, pero ilimitada en cuanto a cantidad. Se fija la mirada en el objeto de la obsesión.

Según las teorías clásicas (Freud o el Psicopathia Sexualis), la mirada pornográfica, donde el deseo de follar se convierte en deseo de mirar, se asocia a la angustia por la castración que experimenta el hombre ante la vista de los genitales femeninos. Esto, elaborado, se vuelve fetichismo. Para Freíd era una neurosis típicamente masculina, como la histeria lo es femenina (etimológicamente significa algo así como “estar atacada del coño”, que me decía mi profesor de interpretación). Esto son pajas mentales que no vienen a cuento.

La pornografía actual no tiene nada que ver con códigos represores, daños morales ni castraciones. No es una reacción ante la represión ni una transgresión a la moralidad actual. No es tampoco una variedad del género fantástico (que decía Susan Sontag), porque no moviliza la fantasía. Tampoco es arte, porque yo diría que el arte de hoy en día tampoco lo es. Es otra cosa, es compra venta. Como dice Enrique Lynch: “Es universal, desclasada, libre, lúdica o escatológica y, sobre todo, profundamente plebeya, como los Canterbury Tales, pero sin voluntad de bufonería.”

Todo esto viene a significar lo siguiente. Si la pornografía está en la mirada, y no en la intención del que emite un mensaje, algunas personas deberían graduarse las gafas. Si no está en la mirada, y sí lo está en el mensaje, mientras el mensaje no reproduzca actos sexuales y su intención sea la de excitar, no es pornografía. Si no sabes qué es la pornografía, no toques las cosas de los que sí lo saben.

1 comment:

Anonymous said...

Siempre que se habla de pornografia recuerdo algo que lei de una tribu en la cual el sexo era algo que se podia realizar perfectamente a la vista de todos pero donde era tremendamente vergonzoso comer en publico. Diariamente vemos montones de cosas y tan aburridas y poco creativas como lo suele ser la pornografia (llamese futbol, formula 1, por poner ejemplos) que son mucho menos "naturales" y gozan del beneplacito general, por no hablar de otras cosas mas destructivas, como la tolerancia a la violencia audiovisual. Todo esto me hace pensar que mas que en la mirada la pornografia esta en la moral o en los prejuicios dominantes.